La poesía de lo invisible: Wet Floor, Beatriz Aragón

Hay ocasiones en que los libros se alinean, como dicen que hacen los astros, e iluminan un sendero de sentidos que, en otras circunstancias, hubiera pasado desapercibido. Y eso me ha pasado con tres que he tenido la suerte de leer prácticamente seguidos, como si fueran una de esas trilogías vueltas costumbre editorial: El mercado se pregunta, de Susan Briante, La mujer de enfrente, de Carmen Camacho, y recién ahora Wet Floor, de Beatriz Aragón. En la introducción de la obra de Briante, su traductor, Giancarlo Huapaya, vinculaba su obra a una etiqueta surgida de la crítica norteamericana: poesía documental, docupoetry, que apunta a ciertas formas de trabajar el texto poético, asimilando documentos, materiales inicialmente ajenos a lo que un poema normalmente es, o debe ser. Entendiendo la idea, que tiene una larga tradición en la poesía norte y latinoamericana, no sé, el marbete me parece un poco redundante porque, al final, todo poema es documento y documenta, incluso cuando se sostiene apenas en el éter de la oralidad, así que se me ha venido a la cabeza, pensando en estos tres libros, otra etiqueta más (será por etiquetas) que tal vez apunte con mayor agudeza a obras como las mencionadas: poesía de lo invisible (¡hala poetas místicos, a bailar!), o, si quieren, de los escondido. Invisible, escondido, no porque lo tape un puñado de «inefables nubes inexpresables», sino porque desvela cuestiones de los que los poemas, los poetas, no parecen muy animados a ver ni a cantar: lo que se hace deliberadamente invisible, lo que se esconde expresamente, lo que libros como estos tres tratan desvelar, de revelar. El de Briante señala cómo el mercado se entromete y condiciona nuestra vida casi (o sin casi) desde su principio, de una manera entre planificada y aleatoria, «La mujer de enfrente» de Camacho nos muestra lo que tenemos ante las narices -justo ante nuestra ventana- y no vemos, simplemente porque no prestamos atención a las señales que definen la vida, y Wet Floor, de Beatriz Aragón, da la palabra a una de esas invisibles productoras que están bajo el funcionamiento de los espacios cada vez más asépticos e impersonales en los que desarrollamos una buena parte de nuestras vidas, y que, de algún modo simbolizan este presente líquido en que vivimos: el personal de limpieza.

Wet Floor nos mete de cabeza en el territorio escondido de los trabajos que parece que no hace nadie, que simplemente son, como diría un inversor, commodities, factores básicos a los que no hay que dar demasiada importancia en el proceso de producción de bienes y servicios, sobre todo si se trata de materia prima abundante, como son los brazos, las espaldas, las rodillas. Con esta claridad lo deja expuesto en apenas tres versos Beatriz Aragón en este poema:

La limpieza es un servicio defectuoso.
Dura demasiado para lo que cuesta.

En cuanto alguien lo usa, no vale nada.

Un trabajo que se desarrolla en su mayor parte en esos «no lugares», que signan nuestras sociedades postcontemporáneas: los pasillos y salas de aeropuertos y grandes estaciones, los hoteles, los complejos turísticos, los parques «tematicos», etc. Aquellos que, en palabras de Marc Auge se constituyen como «un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico», un lugar de paso igual a tantos otros lugares de paso o de estancia superficial. En algunos de ellos cabría decir se quieren acercar a la «utopía» randiana tan cara a los entrepreneurs de Silicon Valley y sus imitadores, en la que el trabajo «no creativo» es, simplemente invisible, llevado a cabo por ocultos umpa loompas más o menos embrutecidos, para que las mentes privilegiadas puedan descansar, follar tranquilos y hacer sus cosas de mentes privilegiadas. Un claro ejemplo son los complejos hoteleros que han ido poco a poco asumiendo el estilo «temático» de los parques de atracciones (generando un doble simulacro que ahora llaman «experiencias») que se extienden como un tumor hasta generar lo que el poeta y ensayista Samir Delgado llama la «Turisferia«: la ciudad turística global.

Beatriz Aragón no es una poeta novel, es una autora con unos cuantos libros a sus espaldas, y de poemas de gran altura (lean, lean). Los que componen Wet Floor, no son «textos testimoniales» o algo así, ni mucho menos, sino poemas que responden a una aguda sensibilidad, a un manejo tremendamente eficaz de lenguaje, y a un trabajo de decantación propio de una poeta en plenitud de sus habilidades cada vez más afiladas. De hecho, los de Wet Floor son poemas cortantes, breves, desveladores y reveladores que nos permiten ver (documentar, si quieren) una realidad «otra», una en la que no solemos fijarnos. Son poemas técnicamente eficaces y potentes en los que nada sobra. Ahí está el que abre la obra: La mansión de la Barbie, que desmonta con apenas un verso «Y nosotras somos su pies y sus manos» las fantasías infantiles y la infantiles fantasías de una clase media que se cree ajena a lo que transcurre bajo sus pies. Además, Aragón hace algo verdaderamente revolucionario: muy lejos de la «poesía de viajes» tan dada a la postal insulsa de tanto autor contemporáneo, quien nos habla y marca la perspectiva de la obra es uno, una de esas trabajadoras invisibles, una kelly o, en terminología profesional «camarera de pisos», para tantas y tantos, apenas una sombra intuida, y lo hace con una naturalidad y eficacia desarmante.

Wet Floor es un libro de poemas de nuestro tiempo y de nuestro lugar, cada vez más marcado por la presencia omnímoda de la ciudad turística ( lo que viene a ser casi ya una redundancia), y por la representación «temática» de nuestro entorno, que nos está convirtiendo de a poquito en personajes de una escenificación, figurantes de vídeos de YouTube protagonizados por viajeros cámara en mano, que alimentan las diferentes redes sociales atravesando el mundo sin más sentido ni criterio que el del paseante ocioso, empujado hacia el destino de moda, desubicado. Wet Floor, cuyo título ya se expresa en el globish que es la lengua franca de la turisferia, nos muestra lo que hay por debajo de todo esto, desinvisibiliza el hecho básico y esencial de que, como agudamente señala Pablo García Casado en su prólogo con unos versos de Wislawa Szymborska: «Despues de cada guerra / alguien tiene que limpiar. No se van a ordenar solas las cosas, / digo yo». En ese revelar lo escondido, lo invisible, Wet Floor es un libro de poemas esencial, y una de las primeras obras poéticas que nos presenta la vida en la Turisferia, en la ciudad turística global (volviendo al reciente ensayo de Delgado), signo de nuestros tiempos, no desde el punto de vista del visitante más o menos ocasional, sino de la productora, de la mano de obra que hace posible que todo el tinglado no se caiga a pedazos cada mañana.

Y acá les dejo un par de poemas más de muestra de las cargas de profundidad que nos lanza BeatrIz Aragón.

Hay habitaciones que parecen templos,
cada una con su religión y su doctrina.
Se distinguen por el olor a rito sagrado
que desprenden al entrar en ellas.

La cama como un altar de sudor y deseo
custodia de las brasas de un fuego primordial
que te incendia la yema de los dedos
al retirar las sábanas.

Fregar las paredes del amor
resulta casi imposible.

El amor siempre se nos escurre
de las manos.

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El agua sucia del cubo de la fregona
es el lago de miserias que todos llevamos dentro.

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TEMPORADA ALTA

La playa entera se barre
en las habitaciones.
Huele a protector solar por todas partes.
Tu uniforme y las toallas
embeben el cloro impertinente de la piscina del hotel
que una y otra vez rodeas con la jaula de la ropa sucia.

Hace calor, mucho calor por fuera de la carne,
cuando llego a casa.
Hace frío, mucho frío por dentro de la carne.

Me habré enfriado en la piscina
o barriendo la playa entera,
me digo antes de tomarme el ibuprofeno.

Mañan será otra playa.

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INSTRUCCIONES PARA QUITAR EL POLVO

El tiempo se materializa en las cosas.
A nosotras nos pasa lo mismo.
Por eso tenemos que quiatr el polvo
con mucho tino y ser minuciosas.

El polvo es el tiempo que nos cubre
y que no podemos limpiar del todo.
Siempre queda algo de pelusa
manchándonos los muebles y la carne.

Siempre queda algo de tiempo para nada.

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