Carmen Camacho: La mujer de enfrente

Yo es que, la verdad, tengo un problema con Carmen Camacho, con sus poemas: me vuelan sistemáticamente la cabeza y temo que mi condición de fan (fan discreto, ojo, fácil de llevar y poco invasivo, que no cunda el pánico) termine por afectar a mi, digamos, posición crítica, sea eso lo que sea. Ya ha pasado Carmen por acá unas cuantas veces, ya he hablado de alguna de sus obras anteriores, y me sospecho que esto que cuento es una sorpresa para nadie. Para mí, en un momento brillante de la poesía española escrita por mujeres en los diferentes idiomas peninsulares, con un impactante panorama de voces que ha acabado llamando la atención de los suplementos culturales que aún quedan en los grandes medios, Carmen Camacho es una voz enorme, con una capacidad que podríamos llamar de otro tiempo, para conjugar en sus poemas raíz popular, modernidad y vanguardia con una naturalidad que, por otra parte, ha sido siempre bandera la la gran poesía de su tierra. Por sus poemas cruzan diosas y dioses antiguos y nuevos (diosas griegas e indias llegadas con sus pueblos a ese Sur casi finistérreo, duendecillos binarios que habitan en la wifi), pero no en el amargo conflicto que nos contó hace años Gaiman, sino como vecinos de las calles estrechas, las casapuertas, los bares y rincones de la gran capital del Sur. En sus poemas habitan la mirada afilada sobre la realidad, la ternura ante las heridas, el amor y el humor con una naturalidad desarmante, la de quien conoce su arte y actualiza sus mañas, las maneras de una poeta solar.

Y en La mujer de enfrente, tenemos a la mejor Carmen Camacho, recogiendo poemas de la liña de los tendederos, en esos patios de una de tantas viviendas de los barrios populares de Sevilla. Las prendas, lo objetos tendidos en la precaria cuerda que exige alongarse, tenderse para poder aprovechar sus posibilidades, devienen instalaciones que son, en palabras de Carmen «un guiño, señal o mensaje cifrado de extremo a extremo», colores, señales, formas que nos cuentan la vida atravesada por la atenta mirada de la poeta, poco dada a «ensísismamientos» y nada aficionada a navegar las aguas de su propio ombligo. Siempre con la mirada y los oídos abiertos. Para que cada momento coja su peso y su aire.

La mujer de enfrente te deja hablando solo desde el primer poema visual alrededor de una lavadora, allí donde prendas, cojines, mascarillas y peluches están condenados a revolverse en agua, jabón y suavizante, antes de configurar el poema que Carmen va a atisbar sujeto con trabas de colores. En Canarias a las pinzas de tender la ropa las llamamos trabas, eso también tiene lo suyo, porque esas piezas son las que impiden que las prendas vuelen libres y se escapen, las que nos las mantienen sujetas y a mano. Esas pinzas, esas trabas, tienen una misión esencial: son toma de tierra, control del espacio aéreo, agentes de libertad vigilada, drizas de nuestras íntimas banderas.

La primera parte de La mujer de enfrente, tras haber recibido las primeras indicaciones («piezas y componentes» ¡madre mía, qué barbaridad! y «manual rápido de uso») nos muestra, de manera explosiva (un big bang) el patio de luces desde donde la chica fractal recorre la noche. Una de las ideas clave de la poética de Camacho es algo que ha comentado en varias entrevistas. Hace unos años en Tendencias 21, dejó dicho que «No deja de sorprenderme quien dedica su tiempo a buscar su voz. Yo, como toda hija de vecina, soy multitud, coral, confederada. Y me cuento también así. Que una no es la misma todo el rato, normal que tenga más de una voz y un deje, y que sean distintos los kilometrajes de mis poemas.» Mirar afuera, conversar y a-tender no es escapar, porque todo el afuera nos interpela, nos condiciona, y cuestiona nuestras verdades más escondidas. Afortunadamente, no somos «de una pieza», viejo y caduco elogio, sino seres llenos de vertientes, de calas y aristas, nos habitan muchas voces.

Esas verdades más escondidas se adueñan de la segunda parte del libro «Cuerpo de casa» que se abre con una cita tremenda de Carlos Edmundo de Ory: «Tú escribes para ti, no para tus vecinos. Cada poemas es un ladrillo que añades a la gran casa de la poesía, en donde entrará la muerte cuando sea construída.» Tremenda porque te pone en posición. «Ca uno es ca uno», decía mi madre de continuo cuando empezó a perder el tino, y esa verdad, tan simplemente expresada, nos pone a cada uno, a cada una, delante de los cuartos vacíos antaño ocupados, de los rastros y cicatrices de tiempos felices y dolorosos (en ocasiones a la vez) que quedan en algunas paredes, o en rincones que no acabamos de querer iluminar. Y aquí hay poemas que golpean con una fiera ternura que deja sin aliento: ETERNORETORNO, NIÑO DE SUEÑO (nana), LA VIEJA NIÑA… Al final, la mujer de enfrente, la poeta, ya secas las lágrimas, se recompone, se lava la cara, y el barrio se ilumina de nuevo con la llegada de la chica fractal, que le recuerda a la poeta (a cualquier poeta) su tarea, sus (¿nuestros?¿somos, seremos dignos de la misión?) deberes:

Poeta, despierta, 

la belleza ha llamado por teléfono, ¿le digo que no estás? No escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. Está sangrando tinta la paloma de la litografía. Me gustan los poemas que se pueden bailar. Abrevia, hermana, abreva en al fonte, siega la soga. Iza la lengua.

Si me dejo llevar me pongo a copiar poemas acá y acaba el libro completo, pero no quiero que McLein y Parker -sombrero ladeado, traje a medida, cruzado- vengan y me rompan las piernas 😉 , así que aquí les dejo un par. La mujer de enfrente no se ha publicado en una de las «grandes» editoriales de poesía del país, tiene por tanto muchos números para ser otro libro que pase desapercibido, del que el canon no se acuerde cuando haga sus clasificaciones generales. Que le vayan dando al canon, si tienen este año perras para sólo un libro de poemas este es una gran, brillante opción… Además, los poemas de Carmen vienen acompañados por la obra plástica de Pepe Benavent que merece mucho la pena y que es cómplice de la sensación de tener un verdadero trozo de vida entre las manos.

BIG BANG

Brillando de noche, errante en torno a la tierra, luz ajena.
Parménides


Cada fracción es Ella entera y refleja. La suma de las partes y las sombras no la reúne; es toda y distinta en cada trozo y su destello. Bien lo sabe y, como si nada, va a lo suyo. Múltiple unidad.

No ha explotado, Ella es la explosión misma. No quiere recomponerse, ni falta que le hace.

Baila. No brilla bajo la bola de espejos: su corazón arriba es el estraboscopio. Suenan Za!, Bambino, Nick Cave. Esplendor Geométrico. El tiempo se estrella. Eadem mutata resurgo, se invoca a sí misma, pero en su idioma. Baila. Gira y se proyecta en los cristales. Baila. Gira y se encarna en sus reflejos.

Recorre la noche la chica fractal.
LA VIEJA NIÑA

A 20 centímetros del suelo, en el altar mayor de la capilla del palacop gótico del Real Alcázar de Sevilla, descansaba el cuerpo de una niña rubia, de unos cinco años y posiblemente de noble linaje que vivió en la Baja Edad Media.
EL PAÍS, 26 de abril de 2001


Bajo las ruinas, raíces.
Cubiertas de cascotes, civilización, polvo,
oculta bajo el suelo y muy antigua,
la niña
en su pequeña urna de cristal,
las costillas, verdín; los ojos, agua,
un enjambre de bichos en el pecho,
el craneo en flor.

Vieja niña de seis siglos
con sandalias de baile, peinecillos de nácar,
ajorcas de damasco y cascabeles,
vestida de domingo, tan viva a su manera.

3 respuestas a “Carmen Camacho: La mujer de enfrente

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