de Doñana, del dolor, del rastro de una pérdida. Porque Doñana es ya una herida seca.
Me duele Doñana más que cualquier otra herida seca. Por lo visto nadie pretende hacer nada más que secarla cada vez un poquito más. Postillas en las manos traigo de escarbar su tierra moribunda en cada viaje. El señor del sombrero es la muerte. El acuífero. Todo esto antes era agua. Bajo el sombrero, el rostro sudoroso del capataz sangrando dinero. Un reguero de hormigas jornaleras se arremolina en fila india tras sus órdenes castrantes. Hambre, sed y fresas. Hambre, sed y uva. Hambre, sed y sangre. Hambre, sed y tiempo. Esta es la consigna que nadie es capaz de pronunciar. Nadie habla, solo el hambre. Jadea la tierra roja, jadea la cepa nueva, jadea la cepa vieja, jadean la flor y el fruto. Ya no hay agua suficiente para regar la flor del dinero. Las entrañas de la tierra están secas y la marisma llenita de cardenales.
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