Silithus

SI alguien me pregunta cómo leer, cómo afrontar una obra de las dimensiones de Silithus, creo que sólo puedo aportar mi propia experiencia como recomendación: sumérgete del tirón, de cabeza, como cuando te zambulles en el océano desde el espacio más o menos seguro de una playa, pero sin perder la conciencia de que esas aguas que acabas de abrir con dos brazadas son apenas una muestra de una entidad que no vas a abarcar con unos cuantos gestos. Lee como quien bucea, deja que las oleadas de lenguaje que Falcón agita te lleven de arriba abajo, no te detengas en los detalles, sigue el ritmo hasta que emerjas al otro lado, o de vuelta a la orilla de la que saliste tras unos cuantos revolcones, eso sí, sin aliento. Lo importante, para empezar es quedarte conque ahí habita un ritmo verbal de una potencia inusitada en estos tiempos de poetas intercambiables, un torrente verbal, tal vez, pero estructurado por la rima interna que las distintas partes de la obra compone. Después tendrás tiempo para unas cuantas lecturas más, siguiendo las señales, las referencias que el poeta ha ido dejando acá y allá: mitologías por venir cohabitando con otras milenarias, rebotallos perfectamente armados, que vuelven simultaneas las catástrofes cotidianas con las ya anunciadas, y con lo que estas nos traerán y que podemos ya entrever. Entendimiento de lo que Enrique Falcón nos muestra: un canto, un poema del apocalipsis que llega a su destino tras tiempos postapocalípticos.

Apocalipsis es una de esas palabras que el uso ha ido desgastando hasta dejarlas casi sin filo. De hecho existe todo un género de entretenimiento transmedia (novelas, videojuegos, películas) que podríamos llamar de «entornos postapocalípticos», entendiendo estos como lo que queda tras uno o varios acontecimientos catastróficos de origen natural o inducidos por la soberbia humana, muy exitoso, que nos ha familiarizado tanto con esa catástrofe por venir que, prácticamente nos hemos ido haciendo a la idea de su inevitabilidad, construyendo así una actitud colectiva y personal ciertamente pasiva, al mismo tiempo que nos permitimos no mirar a las que nos son contemporáneas, a los desastres cotidianos que apenas ocupan unos minutos en los noticiarios que cada vez menos gente ve o quiere ver. Cabría decir que la pandemia global que aún estamos viviendo ha venido a reforzar ese nicho de mercado. Si en Yemen, en Siria, Nicaragua o Afganistán, o en algunos de nuestros barrios y pisos ya se estaban produciendo apocalipsis cada día, su condición de acontecimientos: a) locales, b) periféricos en el contexto de los centros de poder globales c) perfectamente evitables, y por tanto, surgidos por determinados intereses, les restaban cualquier tipo de brillo de ese que tanto nos encandila. Como decía, palabras como catástrofe (empleada por ejemplo para contar que un futbolista multimillonario cambia de empresa) o apocalipsis, han ido perdiendo filo. Ya no cortan o apenas rasguñan las gruesas pieles de nuestras sociedades que, de manera más o menos conscientes, se saben herederas y de algún modo beneficiarias de un buen cúmulo de matanzas. Alguien sacará provecho de lo que tenga que venir y santas pascuas.

Así que lo primero que Falcón nos recuerda, desde el breve prólogo de Silithus es que los apocalipsis, en su definición canónica, en la tradición judeocristiana, vienen a constituirse como profecías de que en algún momento llegará el ajuste de cuentas, del que habrá de surgir un tiempo nuevo y deseablemente mejor. El apocalipsis como revolución, como cierre y apertura de un tiempo nuevo más justo, lo que afila de nuevo la, decíamos, tan gastada palabra «apocalipsis». Esto no va de «vamos a morir todos, ay mama», sino de un cambio que ha de sobrevenir.

Y desde ahí arranca Silithus, que sigue en su estructura uno de los textos de la tradición apocalíptica hebrea, el Libro de Enoc (uno de los llamados «intertestamentarios», esto es, escrito entre el Viejo y el Nuevo testamento), donde, casi a voleo, puede uno encontrar fragmentos como este: «15 Y vi venir a su lado al Señor de las ovejas, enfurecido; todos los que lo vieron huyeron y ensombrecieron ante su presencia.19 Observé el momento en que una gran espada fue entregada a las ovejas y ellas procedieron contra todas las fieras del campo para matarlas y todas las bestias y las aves huyeron de su presencia.18 Y vi cuando el Señor de las ovejas fue junto a ellas, tomó en sus manos la vara de su cólera, golpeó la tierra y la tierra se resquebrajó y todas las bestias y las aves del cielo cayeron lejos de estas ovejas y fueron engullidas por la tierra que se cerró sobre ellas».

Así, Silithus, al igual que el de Enoc (ojo, no me crean un experto, ni siquiera un diletante en este campo, es la lectura de este poema el que me ha hecho indagar un tanto) , se divide en tres libros: el Libro de los vigilantes, que gira alrededor de la presencia de esos vigilantes, de los poderes que dominan a la colectividad superviviente de los primeros desastres por venir:

Cuando los poemas que escribían hombres y mujeres
aún podían incluir el nombre de las estaciones
y ese nombre se inscribía en anillos de árboles y corales
sin ninguna prepotencia ni ninguna vanidad,
cuando hormigas y caimanes no se despertaban
de sus largas pesadillas tan cerca de los polos
y tormentas y sequías espaciaban algo sus encuentros
según fuera dictando la constante de Arrhenius

también nosotros –entonces– recordábamos.
Pero ahora

la Estación Espacial da vueltas al planeta y llora,
dan vueltas en su estómago dieciséis hombres muertos.

Una sociedad construida sobre niveles, pisos que recuerdan al malhadado Burj Khalifa (del que todos los días sale una caravana de camiones cargados de mierda) que a su vez se dividen en círculos o celdillas de colmena en uno de los fragmentos más sugerentes del poema. Estructura para una sociedad donde la conciencia de clase ha sido casi borrada de raíz, donde » ¿Hablaban de poesía los mismos que llamaban perras a sus mujeres? / –Sí, mientras elevaban sus plegarias al Señor de los Encuentros. / ¿Eligieron a los ladrones del pueblo aquellos que también habían /sido saqueados? / –Sí, mientras se profanaban a sí mismos en los tumultos de la democracia.» para convertirse en, convertirnos en «despojos de lenguaje / ruido blanco / que oculta el rumor de las matanzas:/ pura / densa / palabrería».

Gente que solo espera
al cortador de césped

Frente a la ola inevitable del aumento del nivel del mar, la voz que canta desnuda a la poesía del entretenimiento que trata de esconder el pacto sangriento que está en el origen de toda comunidad cerrada, o todo estado: «todo Poder se ha erigido / sobre un lecho de restos humanos».

El segundo libro, siguiendo la estructura «enociana», es el de Las Parábolas, que se abre con una cita clave de Spengler: «Lo que precipita un cambio cultural sin precedentes es un nuevo temor a la muerte, un nuevo temor al mundo.» Este libro gira alrededor de la presencia contemporánea de la catástrofe – ese oleaje de palabras enumerando los delerictos de la sociedad de consumo amontonados en el fondo de la falla de Messina- y sobre los atisbos de una resistencia personificada en los niños y en las Hermanas mayores. Voces de mujer clamando en el un desierto de autodestrucción, no contra el silencio, sino contra el ruido ambiente:

Y este sacrificio de seres humanos y de la naturaleza tiene una estructura que se repite como sistema: Preparación /Acto indecible / Restitución, sobre cuyo molde se edifica el mundo de los vigilantes. Sobre él levanta Falcón la última parte de este Libro de los vigilantes, cuya voz hemos podido también sentir como un ruido blanco que abre el Libro o interrumpe la palabra que se quiere colectiva.

ahí teníais a los orondos,
a los satisfechos
defensores de la poesía,
lo que era también decir: de un orden social injusto
que estrenaba nuevas piezas de ópera no muy lejos del desahucio
y películas-usa junto a doradas devastaciones atómicas, los que
jugaban en virtuales ciudades cooperativas a veinte metros del
alambre de púas,
con poemas oscuros para días oscuros,
cancioncillas banales entre vidas banales.

Como les comentaba, hay una parte de este libro que se presenta como una ola que nos va anegando (sugiero lectura en voz alta) con su enumeración exhaustiva de la basura que hemos ido escondiendo bajo el mar y que, de una u otra manera nos está siendo devuelta. Pero, por debajo de los aparentemente inevitables ciclos de dominación y destrucción, el poeta deja oir los susurros de la resistencia, el rascar de la esperanza contra las paredes de conglomerado.

Junto a la escombrera de la historia (la carcasa del mundo) 
las Hermanas Mayores nos decían:
“Cantad negras canciones, niños,
vuestras canciones negras, listas para el sabotaje”.

Y nosotros cantábamos cada noche cantábamos
como pájaros escondidos en un zaguán de miedos.

Contra la ira del padre.
Y contra los carros blindados.

El tercer libro, de las Luminarias, que en el de Enoc parece estar dedicado al calendario solar hebreo, cierra el Silithus de Enrique Falcón; enlaza dos canciones: una a los ritmos (los metros, los acentos) con los que la naturaleza escribe y nos sobrevive, a pesar de nuestros intentos de manipularlos a nuestro supuesto gusto:

el mismo poderoso terco avance
que en archivos de polen
cabalga sobre el ala bráctea de los tilos
la pulpa azucarada que los frutos
confían a las aves la semilla
transportada en los vientres de los osos
el reclamo rojizo que el cerezo
activa únicamente en el tiempo oportuno
para que la vida desgaje
su comienzo pulsátil
su estallido nuclear en el interior de las capillas
excavadas tiernamente
en los laberintos de cada hormiguero
el peligro mortal que supone un destiempo
un error de ingesta prematuro
la falta de respeto a las cadencias
con que la vida impuso sus ritmos
a la totalidad del mundo y las especies.

y un extenso canto a la resiliencia de la mujer, a la memoria de la resistencia, del dolor y de la palabra libertaria, del que se deja constancia más allá del ciclo de destrucción y supervivencia, llegando a las generaciones venideras escrito en radiolarios, protozoos marinos que en su mayoría tienen un esqueleto formado por agujas o varillas de sílice, sueltas o articuladas entre sí. Esto es uno de los hallazgos scifi de Silithus que me deja con la boca abierta:

Los centros de aislamiento, circundados mediante la violencia, fueron forzados desde afuera, y con callado asombro algunas Hermanas Mayores comenzaron a escribir –en las ramas de sílice de plancton radiolario– poemas, series codi ficadas, líneas de mensaje que pudieran dar aviso a nuestros muertos: la semana primera.

El libro de las Luminarias se cierra con un canto a esa supervivencia de lo humano y lo social, sobre las estructuras de vigilancia, sobre los sistemas depredadores y sobre el pacto originario sellado con su matanza ritual. Un canto multidireccional:

Mantenemos vivas las Conversaciones
de los Tres Tiempos, un contrato
que vincule a los que viven,
a los que están por nacer
y a los que han muerto. [Burke]
Por eso arrojamos cada tarde,
en la orilla de un mar serenamente ácido,
minúsculos mensajes en las nervaduras del sílice.
– Para quienes muertos sin embargo viven.

Silithus, es una obra magna, algo casi imposible de encontrar en nuestra poesía contemporánea, que, huyendo de los odiados «grandes relatos» prepostmodernos, ha ido cayendo, en líneas generales, en una especie de intimismo inane y exhibicionista, como de foto en instagram, que ni siquiera profundiza en el conflicto que supone ese ansia de individualidad con la también ansiada pertenencia al rebaño. Así que es difícil encontrar antecendentes a esta obra más allá de la propia Marcha de los 150.000.000 y a la clásica referencia al Cántico Cósmico de Ernesto Cardenal. Personalmente me encuentro alejado (en la otra punta) del profetismo cristiano o de una visión curativa o «reiniciadora» de los apocalipsis. Desde mi punto de vista, Occidente (que no es el mundo) ha vivido dos apocalipsis «en sentido técnico», esto es con un número ingente de vidas destruidas y, con ellas, un tipo de sociedad: el ciclo de las Pestes y las guerras de religión que asolaron Europa en la baja Edad Media, y el ciclo de las dos Guerras Mundiales y sus guerras y revoluciones intermedias, que, efectivamente cambiaron el mundo -si para bien o para mal sería objeto de un debate interminable-. Otros pueblos sufrieron catástrofes apocalípticas que hemos dado en llamar «colonización», y la bondad de las mismas es aún más discutible. Así que, entiéndanme, lejos de mi la fascinación por este tipo de eventos terminales o reiniciales (más allá de mi interés,casi frikismo, por la historia), en especial si están por venir y/o si me pueden pillar cerca, pero la fuerza de la poesía de Enrique Falcón, su maestría en el manejo de sus herramientas, la energía visionaria de sus versos me deja siempre en estado de shock, y con la sensación que he comentado en otros momentos de que mientras Falcón escribe la poesía de este tiempo, los demás andamos con nuestros poemitas sin vuelo, creyéndonos medio importantes. En esta ocasión, además, me impacta la capacidad de Falcón de estar atento, de asimilar referencias ferozmente contemporáneas y darles la vuelta. Silithus es un territorio del mapa de juego de World of Warcraft, un territorio desértico y complejo, habitado por los insectos Aquiri. World of Warcraft sufrió hace años su propio apocalipsis, el incidente de la sangre corrupta, que, seguramente de algún modo debió llegar a los oídos de Quique. Ya en su libro anterior «Porción del enemigo», aparecía alguna referencia a WoW. La mera idea de que el texto de Silithus, con sus dibujos fragmentarios, sus espacios perdidos, que merecerían un tratamiento a fondo, fue «escrito» utilizando la ya existente tecnología de bioescritura CRISPR, para garantizar su supervivencia y transmisibilidad es un hallazgo de los que te dejan boquiabierto.

Lean Silithus, sumérjanse, como les decía al principio y déjense llevar por el ritmo del lenguaje, por la oleada de imágenes que nos lanza Falcón, hagan su propia lectura, desde la tradición cristiana, desde la revolucionaria, desde la ciencia o la ciencia ficción, pero no dejen pasar este libro, que forma parte de una de las obras poéticas en castellano de este tiempo destinada, no tengo dudas sobre esto, a perdurar.

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