nos ha dejado. El gran poeta cubano Raúl Rivero murió en Miami el pasado día 6 de noviembre. A él le dedicamos algunas entradas en este blog allá por 2003 y 2004, cuando fue encarcelado por el régimen cubano por «conspirar con una potencia extranjera», tras el típico juicio farsa. En ese momento trajimos al blog este poema, que trasciende, creo, me temo, de la circunstancia cubana de entonces y ahora:
Alta fidelidad Se librarán del dolor del gramófono torturado por la fricción y las agujas. Vivirán castos, ajenos al pecado de cantar a capella y con hambre en simulacros y funciones que los tiranos se regalan como escudos. Los hombres que se quedan en casa tarareando boleros llegarán a la sabiduría. Venturosa y serena será para ellos y sus hijos esta vida. Ligera la ceniza. Clara la eternidad.
En diciembre de 2004, Rivero fue liberado, tras lo que tuvo que abandonar su país. Entonces trajimos este otro poema suyo, para celebrarlo de alguna manera:
DAZIBAO Que las masas populares odien a esta mujer y los organismos del Estado rompan por decreto especial sus contactos con ella. Que pierda a toda prisa su personalidad jurídica sus derechos ciudadanos su libreta de abastecimientos y su carnet de identidad. Que el folio y el tomo de su inscripción de nacimiento sean desaparecidos de los empolvados cuadernos del Juzgado Municipal. En este muro la denuncio ante el pueblo aquí expongo que me dejó una tarde sin previo aviso sin habla y sin amor. En este muro inscribo toda su belleza y apago, con gesto suicida, el fulgor de sus ojos en esta pared suspendo el fuego de su boca y de su cuerpo tiendo sus piernas largas detengo el movimiento de sus manos de pianista adolescente y grabo el mundo complicado de su cabello. Aquí la dejo para que la veais junto a este reclamo a este anuncio contra la soledad a este grave conflicto social que sufro solo y me convierte, al menos esta noche en un hombre peligroso en la ciudad.
Hoy toca traerlo acá de vuelta, para despedirnos de él como corresponde, con uno de sus poemas:
Padre mío que estás en la tierra con tus huesos blanquísimos, y solo con todo ese silencio y esas sombras sé que no vas a escuchar esta oración. Padre mío que estás en las sombras de esa gran noche sideral tú que no fuiste todopoderoso que en vez de muliplicar los panes y los peces te los quitaste para dárnoslos si estuvieras despierto y terrenal me prestarías tu brújula y tu vieja memoria de caminos y fronteras. Padre mío que estás en el cielo un pañuelo de mármol te separa de mi y de la miseria si me acosa. Evocarte tan sólo es suficiente: ya tengo luz para este laberinto y un fuego antiguo y puro que no apaga ni la tempestad ni los desvelos. Padre mío que estás en la noche perdóname esta amarga reflexión al pie de la evidencia de tu muerte discúlpame esta duda pasajera esta oración extemporánea y simple que escribo de memoria en la primera mañana que me falta tu palabra. Padre mío que estás en la muerte te agradezco la visa y el misterio de hacerme luminoso de la oscura posesión que hoy te habita y te aprisona te agradezco el mensaje de silencio que me lanza a cantar sin sobresalto ahora que es la única la hermosa la incomparable hora de mi visa.
Que la tierra le sea leve, Don Raúl.
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