Esta entrada tiene dos protagonistas, Nuria Ruiz de Viñaspre, con su libro «Las abuelas ciegas», y Goya Gutierrez, con las notas de presentación que de esa obra hizo para un acto en la querida librería barcelonesa Animal Sospechoso (lo que añade un tercer sujeto escondido: Juan Pablo Roa y su capacidad de hilar complicidades en el entramado de la poesía escrita en español.

Del libro de Ruiz de Viñaspre, decir que no he tenido aún la oportunidad de leerlo completo, pero que eso se arreglará muy de inmediato por dos razones: una, por la impactante muestra de poemas que nos ofrece Goya Guiterrez en su presentación, y dos, porque tocan un tema muy cercano y que no he sido capaz de afrontar (esto es, de mirar de frente) y de apalabrar, como es la disolución de la memoria, y con ella poco a poco del lenguaje, y con ambos de la propia persona, que provoca una enfermedad como el alzheimer (y/o otros tipos de deterioro que supongo se han agrupado bajo el paraguas de ese nombre) que afectó a los últimos años de mi madre. No he sido capaz -no sé si lo seré- de utilizar la poesía, vieja compañera que tanto me ha dado, para tratar esa pérdida por goteo, tal vez porque viví buena parte del proceso en la distancia, y la distancia ayuda y daña a la vez, no sé.
Todo esto me lleva a admirar los poemas de Nuria Ruiz de Viñaspre, con toda sinceridad, esa manera de tratar desde el lenguaje la pérdida del lenguaje y la extraña belleza que a veces puede brotar de un proceso tan doloroso, y a no poder esperar a hacerme con «Las abuelas ciegas» para compartirlos acá, y a agradecer a Goya su descubrimiento y sus agudísimas observaciones, como la que da título a esta entrada.
Les dejo, para que vayan saboreando y buscar en las redes dónde adquirirlo, un poema de «Las abuelas ciegas», de Nuria Ruiz de Viñaspre.
VII Hechos de meteoros caímos al cráter desde un sexto piso altura sin espacio ni techo ni memoria ni jardín cada casa en su mar y la tristeza en la de todos —Las ideas son cactus que van a dar al mar El ermitaño que fuimos nos viste de casa polvo y una corriente alterna altera su amnesia el viento —ejército imantado— es león que ruge esa alternancia de la mente Los leones no caminan vestidos quieren ir al fondo del lenguaje a desenterrar palabras que les miren de frente pero un domingo cualquiera la ermita del pueblo les cruza la cara No hay nadie en nuestra mente acaso una cuadrilla de obreros despeinados que levanta pilas bautismales en las que lavar las sobras —Los recuerdos oblicuos van a dar al polvo Dentro de la iglesia un Dios sin verbo suspira su fe de álamo en hoja Desde allí la nada y el nadie donde nada sale y nadie entra El sol ha llegado de repente pedaleando en la memoria del alguna vez ver la cosa única una vez Así el sencillo ser el secreto del afuera llegar al poema que pudo irse por las ramas y sentir que el álamo está en calma
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