El poema que voy a compartir con ustedes hoy es del año 1971, sin embargo, díganme que no parece que Carlos Edmundo no lo escribió en una de estas tardes pesadas de estos tiempos, cargadas de mensajes digitales atravesando nuestra mirada adicta al estímulo inmediato, al cotilleo en tiempo real, a la pelea a gritos, sin matices ni tiempo para detenernos a buscar el común denominador, enredados en una desviación de internet, en una derivada que se nos vendió como el camino hacia la libertad (¿recuerdan cuando se hablaba de las «revoluciones tuiteadas» o de las «revoluciones de facebook»?) la autonomía personal y la voz propia, y que ha servido básicamente para que la cacofonía nos aplaste la percepción del mundo real, que ahora se amenaza con ahogar en una nueva capa de virtualdad que haga imposible diferenciar lo cierto y vital de las manipulaciones de operadores oscuros, con agendas ocultas. Hace unos días me encontré bastante reflejado en este artículo de Jesús Díaz: El impacto real de los siguientes 10 años de inteligencia artificial según los expertos (elconfidencial.com). Inveterado tecnooptimista, empiezo a sentir (Qué demonios, siento ya) miedo . Y creo que no soy el único que nota en el aire la vibración, el aleteo de las ratas rabiosas que Carlos Edmundo de Ory percibía en el tan lejano año 71.
¿Por qué estamos todos así tan mal tan mal?
¿Por qué estamos tal mal tan mal tan mal?
Es que el aire está lleno de ratas rabiosas
Nuestros nervios llevan a un callejón sin salida
Nadie de nosotros tiene perlas ni coco
Sobre escombros asomamos ojos de basilisco
Cada instante queda menos plata y más fango
Y la luz personal del mejor no puede nada
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