El viernes pasado asistí a un interesante encuentro en la Librería Agapea, dedicado al Día de las Letras Canarias, girando alrededor de una mesa redonda en la que participaron Pablo Alemán, Tayri Muñiz, Daniel Bernal, que finalmente no pudo asistir, y la directora del Ateneo Científico y Cultural de Las Palmas, Beatriz Morales actuando como moderadora. Se habló del estado actual de las letras isleñas, surgió algún tema que a mí, personalmente, me sabe un tanto a viejo y poco relevante (literatura ¿canaria o en Canarias? No me imagino a un o a una poeta canadiense preguntándose si escribe poesía canadiense o en Canadá. Reflexionar sobre la «identidad» -siempre pongo este concepto entre comillas, lo toco con guantes porque creo que corta- puede ser más o menos sano,pero obsesionarse con el tema muestra cierto complejo de inferioridad, derivado de viejas situaciones coloniales o semicoloniales), del papel de la crítica y de su metodología para elaborar los mapas literarios de un tiempo y un lugar, y, claro, salió la cuestión de que se dedique el Día de las letras Canarias 2023 a Félix Francisco Casanova.
En esta elección, supongo, se tuvo en cuenta el impacto de su fulgurante y tan breve presencia, y esa condición de autor joven para siempre que genera una desaparición temprana, que puede resultar muy atractiva para un público juvenil que desconoce en su mayor parte su obra a pesar del encomiable esfuerzo de Francisco Javier Irazoki y de la editorial Demipage (que ha publicado una edición gratuita de una antología de poemas de Félix Francisco en ocasión del DLC 2023) por difundir su obra dentro y fuera (especialmente fuera) de las islas.
La elección de Félix Francisco ha generado cierto debate sobre si su obra tiene peso sufuciente para una distinción de esta naturaleza, dado que, debido a su pronta muerte, dicha obra es breve: apenas dos libros de poemas y una novela «corta», aunque recibieron gran atención y premios en su momento; y se ha criticado que tal vez se ha hecho mucha incidencia en su imagen (un chico joven y guapo, que sabía que lo era) a la hora de difundir su obra por parte de la editorial y de la propia campaña institucional. En un principio podría coincidir con esta crítica, pero, dándole una vuelta, tengo la sensación de que a los heteros nos fastidian los tipos guapos, porque tenemos una relación un tanto conflictiva con el reconocimiento de la belleza masculina derivada de nuestras propias inseguridades y miedos, y que las abundantes fotos que acompañan la campaña y la edición conmemorativa podrían servir para el que creo que es uno de los objetivos de su elección: acercar las letras canarias a una generación joven para la que la palabra, a través del rap, del trap, las jams, etc. se ha vuelto muy importante, y que puede ser especialmente sensible a los poemas de Félix Francisco Casanova. Las fotos reducen el carácter un poco fantasmal de este tipo de homenajes y ayudan a acercarnos a la persona.
Y, a las finales, creo que en literatura habría que tratar de hablar sobre obras en vez de sobre autores, y en poesía de poemas en vez de poetas, lo que tal vez nos permitiera dejar de dar vueltas al tenebroso tema de las ordenación de la historia de la literatura y la poesía (al menos tal como se nos ha enseñado y, me temo, se sigue enseñando en España) como una sucesión de alineaciones y del canon contemporáneo como juego de estrategia. La cuestión sería: ¿Los poemas de «El invernadero» o de «Una maleta llena de hojas», escritos hace ya cincuenta años, aguantan una lectura actual, siguen siendo sugerentes, han envejecido mejor o peor que los escritos en su mismo momento por otros autores que tuvieron la suerte de poder evolucionar, han resultado, de alguna manera, influyentes? Si me preguntan a mí, yo creo que sí, que uno lee sus poemas y parecen muchos de ellos escritos ayer por la tarde, siguen sabiendo frescos y actuales, más vivos e interpeladores que mucha poesía posterior, y creo que eso es en parte debido, entre otras cosas como el talento propio, la escuela en casa del padre poeta, etc. a que él y otros autores canarios de ese mismo tiempo, mediados-finales de los 70 (se me vienen a la cabeza algunos poemas de Ángel Mollá, o el magnífico «Sueños de invierno» de Ernesto Delgado Baudet) trastearon en la fuente de la poesía norteamericana, que en general no tenía apenas recepción en aquel momento en la poesía peninsular.
En varias ocasiones he traído a este blog poemas de Félix Francisco. Hagan clic en los enlaces, aquí, aquí y aquí, lean ustedes. En esta ocasión y, tal vez, en un ataque de ego, quisiera compartir un poema que le dediqué hace muchos años, y que formó parte de mis «Tatuales en otra tinta azul«, publicado en 2006. Madre mía, como pasa el tiempo. Félix Francisco, me recordó mi amigo Carlos ayer, tendría, de no haber fallecido, 66 años ahora mismo, sería un señor jubilado. ¿Cómo habría evolucionado, cómo habría crecido? La imagen congelada de la muerte joven no nos deja resolver esa incógnita.
La sombra de Félix Francisco Casanova Quien no haya visto crecer bajo su ojo de largas melenas la charca oscura de los días por venir y de los ya idos que cante esta canción que silbe la melodía en la ciudad fantasma de barrenderos moros y blues pequeñitos que escapan por las ventanas enrejadas Cuando alguien muere el fuego de la casa no se enciende y la cama del difunto debe desarmarse y deben hacerse los rezos para que su alma no pene por las calles de la ciudad para que la carne abierta quebrada y desconcertada se cierre y no deje ver las agonías del susto Desde el Monte Olimpo Led Zeppelin lanza el disco de oro y a Bernardo Vorace se le atravesó el diablo en el camino anunciando su mala muerte y le dijo amigo mío si no me dices las dobles palabras redobladas te llevo conmigo y sin saber qué rezar ni cómo adelantar los barruntos de la muerte contestó con voz de tambor desencumbrado seguro que se hace de noche porque he engullido con los ojos toda la luz del sol Todos los cueros del amanecer se tensaron y la voz flotó barranco abajo por los canales que cortan la ciudad hasta los muelles junto a la primera piedra de la primera ermita desconchabada sombra de otro tiempo Y ya no tengo poemas ni canciones que silbar bajo la noche iluminada de focos de carnaval porque la fortuna dejó sus dibujos en una noche de San Juan que crei olvidar y la sombra del poeta al que también crei olvidar de todo hecho un misterio recorre las ramblas como niebla rastrera se pega a las esquinas dibujando húmedas figuras en algún sueño entrevistas Y este rezado no es para el conocimiento de la propia muerte adelantada sino para recuperar la propia edad perdida y librarla de penas sus sueltas guedejas al viento quien dijera esta oración todos los días del año saca un alma de pena y la suya de pecado libre como la estampa descabalada de un sueño. NOTA: En el poema se cruzan y se hablan, algunos versos y textos de Félix Francisco Casanova con otros que corresponden a rezados y remedios recogidos en Memorias de una santuguadora canaria, de Domingo García Barbuzano.