Hace unos días estaba escuchando uno de mis programas de referencia, Fallo de Sistema, dedicado a un evento que tuvo lugar en Tenerife sobre el mundo del videojuego. Entrevistaron a los impulsores de un proyecto de universo transmedia llamado Oniria World, que se desarrolla desde una idea matriz muy (pero muy) interesante a través de diferentes canales, de los cuales el principal es el videojuego, pero también narraciones, audioficción, relatos interactivos… El modelo transmedia, tan rompedor en un primer momento, es ahora una estrategia casi standard, y una fantasía comercial por lo omnicomprensivo (qué mejor que tener rodeado al cliente), así que escuchaba interesado en la conversación, sin más… hasta que apareció la palabra «poema», ahí se me afiló la oreja. Dentro del entono Oniria.world, contaban, se generó un poema, los «cantos escarlata» , que se va extendiendo con la participación de sus lectores-escritores (otra vez el viejo prosumidor de Toffler), y que se despliega de una manera aleatoria, de modo que el poema es muchos poemas. Comentaron los creadores de Oniria.world, que aquello, el poema y su desarrollo colectivo, había sido un éxito de participación y que dio pie hasta a una «poetry – jam» presencial.
Esta historia me trajo de vuelta a tiempos en los que anduve pensando en la relación entre poesía, hipertexto, entornos virtuales, etc… cuyas conclusiones se recogieron mayormente en mi libro «Islas en la red. Anotaciones sobre poesía en el mundo digital«, que data de…2005. Échenle hilo a esa cometa. Y me puse a trastear a ver qué había estado pasando en las fronteras entre poesía, tecnología y experimentación desde entonces… y , la verdad, tengo la sensación de que poca cosa, tal vez porque pocos años después llegó la ola de la poesía pop tardoadolescente, que vino a confundir la claridad y la cercanía con la simpleza en el sentido más peyorativo del térrmino, y que se comió toda la (normalmente escasa) atención que los medios dedican a la poesía. Algún experimento con formatos de videojuego que cabría sentir un tanto obsoleto y poquito más… hasta que llegan ChatGPT3 y Dall-E 2, que pone en cuestión, desde mi punto de vista, hasta el concepto de creatividad como cualidad (al menos exclusivamente) humana.
Y, la verdad, es que no tengo muy claras mis ideas en este terreno, más allá de que, como dijo Cory Doctorow una vez, en relación a su reticencia a usar smartphones, todos tenemos derecho a marcar nuestra propia «línea Amish», es decir: usar la tecnología hasta aquí porque me interesa y me viene bien, pero ciertos «avances» prefiero no emplearlos porque les veo más potecial de perjuicio que de beneficio. Me parece que estas IA «creativas» plantean un nuevo reto: si tus poemas son perfectamente «imitables» o directamene «producibles» por una IA de casi primera generación (lo más gordo está, seguramente, por venir) ¿Cuál es el valor de tu trabajo en cuanto poeta? ¿Cuál es el rol de la poesía como espacio de expresión artística más allá de un confesionalismo más o menos banal, y, por tanto, fácilmente re-producible, inclusive en su supuestamente humano sentimentalismo, o de una experimentación que, si se basa en reglas, como no puede ser de otra manera, sería tambien fácilmente reproducida e, incluso, extendida por las competencias lingüístcas y de aprendizaje profundo de una IA?
Tal vez pueda haber una respuesta en experiencias de carácter comunitario, como esta que ofrece oniria.world, o tal vez, por el contrario, en la búsqueda a mayores profundidades de lo que es, sea, una voz verdaderamente humana, personal, única en la medida de lo posible… (creo que esta debería ser la apuesta, pero también creo en la diversidad del hecho poético como fenómeno individual y social, es decir: los poemas sirven para muchas cosas y, por tanto, hay -debe haber- muchos tipos diferentes de poemas) pero, al final, al final de todo, lo que tengo claro es que el resultado (al menos el resultado de valor) debe ser un buen poema. Buena poesía humana. Más allá de lo humano sospecho que se nos acaba el territorio. Y si un poema atraviesa la experiencia de ser humano, con nuestras alegrías y dolores, nada más transhumanista (otro palabro de moda, con una siniestra carga ideológica) en sentido estricto. No hace falta volvernos ciborgs para experimentarlo. Y si una IA es capaz de producir buenos poemas, tal vez signifique algo que hace tiempo se intuye: que el lenguaje va más allá de la mera condición humana, y que nuestras criaturas robóticas y digitales, en el futuro, serán capaces de crear y cantar sus propias sagas sobre la supericie del planeta, o allá en el espacio profundo. Ya ven, mucho «y sí», mucho tal vez.
A las finales, si me apuran, pocas cosas más hipertextuales e interactivas que un poema, incluso cuando viene dado, cerrado. Porque las palabras son polisémicas y sus significados se extienden en abanico en el contexto adecuado, y raramente un buen poema tiene una lectura simple, no sujeta a interpretación, al juego de los sentidos. La misma palabra dispara diferentes memorias y sensaciones a cada persona en poesía. A veces nos liamos y olvidamos (olvido) lo básico, lo raigal, y asombraditos por la innovación de turno se nos olvida que, para hacer un poema, todo está en nuestra cabeza. El lápiz y el papel, ya fueron una extraordinaria novedad técnica, y la poesía existía antes.
Deja una respuesta