No pensaba abrir el año promocionando un fantástico regalo de Reyes, pero aquí me tienen, cual promotor de teletienda, con la diferencia sustancial de que con la verdad en las manos me planto ante ustedes. Hace unos días recibí el libro de Arte Figuras Flamencas, de Patricio Hidalgo, y sería fácil decir que se trata de un libro bello por su factura, por el cuidado de la edición, o por su propio contenido principal: la belleza del arte gráfico (no sé muy bien cómo definir lo que hace Patricio) de la pintura que lo protagoniza, y todo ello sería cierto, pero, a mi modesto entender, se trata sobre todo de un libro emocionante.
Emocionante porque transmite varias verdades, una de ellas, la fuerza del flamenco como arte vivo, y de sus creadores, que son capaces, como se da en pocos (muy pocos) ámbitos, de vincular tradición (lo que se trae de más allá del tiempo presente, a veces de muy atrás) con la creatividad más vanguardista a través de dos factores: verdad y riesgo. En esa frontera móvil y afortunadamente temblorosa, se sostiene la obra artística de Patricio Hildago.
Mi relación con el arte flamenco, como saben quienes siguen este blog, es muy tangencial y escasa. Siendo andaluz de origen, nacido en uno de los vértices del llamado «Triángulo del arte», ni por familia, ni por mis propios avatares personales tuve con el flamenco más allá de un ligero roce. Sentía (siento) que se trata de un pozo de una profundidad más allá de cualquier medida, pero al que asomarse desde la ignorancia produce vértigo. Por eso uno se fue conformando con los bordes del ajibe, con cierto reboso que podríamos llamar «flamenco pop», o «fusión» o «rock aflamencado» en sus diversas variantes. Aún así, pienso que del flamenco podría decirse en parte lo que se dice del «country» americano: que se trata de «tres acordes y la verdad», lo que pasa es que el flamenco es mucho (muchísimo) más complejo que tres acordes, y la verdad que expresa es de una dimensión difícil de abarcar, y que se esconde muy por arriba o por debajo de las palabras, de los versos que componen sus coplas, que tiene que ver con la voz, con la gestualidad, con el movimiento y la quietud. Una verdad que creo que se expresa mejor que con cualquier palabra, con el trazo, con el arte visual de Patricio Hidalgo, cuyas obras se presentan casi así, como una verdad revelada, bajo una luz a veces cegadora y otra extraída del una negrura casi insondable, la negrura del pozo del que hablamos antes, tal vez reflejo de ese agujero negro que habita el corazón de nuestra galaxia, que parece contar con pequeñas reproducciones en el interior de cada una, de cada uno de los seres humanos.
Emocionante, también, por la hondura (jondura) de las reflexiones que nos ofrece Miguel Ángel Rivero Gómez en el prólogo: «Resucitar a los muertos: la pintura flamenca de Patricio Hidalgo», que nos habla – además de sobre la obra de Patricio, ofreciéndonos pistas, señales, referencias – sobre el peso de la herencia en el arte flamenco y en la pintura: Arte como ejercicio de la memoria, en el que la, el artista, trata de añadir un algo, un sello propio, una gota de su propia sangre al gran caudal. Ejercicio de reconocimiento y confrontación, de la que brotan las chispas luminosas que lo vuelven arte vivo, lejos de la artesanía, o del ejercicio entre arqueológico y nostálgico de lo que llamamos «folklore». Nos trae Rivero una cita luminosa de Ortiz Nuevo y su «Alegato contra la pureza»: no muere el flamenco, porque continúa «indagando en la memoria futura de lo nuevo que ni siquiera se conoce». Lo releo y pienso que eso exactamente debería poder decirse de cualquier forma de arte viva, y de la poesía en particular. Creo que una de las riquezas de la poesía de la «vertiente culta» (por usar un término que casi me molesta de inicio) andaluza es precisamente el tener esa posibilidad de confrontación / encuentro / conversación, con un arte de la más honda raíz popular, vivo, dinámico y abierto, al contrario de lo que sucede en la muy mayor parte de los territorios europeos donde esa raíz se secó o quedó vuelta fósil, de interés para investigadores o turistas. Sobre las ideas que despliega Rivero Gómez más allá de las refexiones sobre la obra protagonista del libro, la pintura de Patricio Hidalgo, creo que me va a tocar volver en otro momento.
Emocionantes los versos de dos poetas que viven en confrontación / encuentro / conversación con el flamenco y, muy concretamente, con el arte de Hidalgo, con su despliegue, su gestualidad y hondura, que les acompaña en muchas de las puestas en escena que desarrolla la Compañía de La Palabra Itinerante: David Eloy Rodríguez y José María Gómez Valero. Aquí dejo cuatro versos que captan (entre otro millón de cosas) una de mis sensaciones ante «Figuras Flamencas»:
La vida entera aprendiendo.
La vida entera aprendiendo.
Para poder saber más,
menos iba yo sabiendo.
Y emocionante, por su lucidez, la entrevista al propio Patricio que casi cierra el libro y que se explica mucho mejor que yo. Dice Patricio: «Mi pintura es emoción… Hasta en mis bodegones la persigo transformando las composiciones en naturalezas vivas. Si hago un cantaor, quiero su quejío; si hago una bailaora, quiero la gracia de su baile; si hago un retrato, quiero que viva. La emoción es mi rebeldía, la gasolina del cóctel molotov.»
La emoción es mi rebeldía, la gasolina del cóctel molotov. Ahí queda eso. De veras, regálense este libro. Háganse un favor para empezar BIEN el año 23.
Para disfrutar de la creatividad de Patricio Hildago, muy recomendable su canal en Vimeo. Miren y asómbrense.
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