Yo pertenezco a un grupo de personas (no me atrevo a hablar de generación) cuya educación sentimental estuvo marcada por la presencia de la entonces llamada «Nueva Trova Cubana». No teníamos ni idea de cual pudiera ser la «vieja», no importaba, y la venimos a descubrir, años más tarde, de la mano de la brillante curiosidad de Santiago Auserón y de los músicos anglosajones, siempre tan atentos a lo que crece fuera de sus márgenes. Daba igual si respecto al régimen cubano se sentía admiración o innata desconfianza, como era mi caso, las canciones de Pablo Milanés y de Silvio Rodríguez, eran (son pese a todo) de una belleza desarmante, en particular en lo que se refería a las letras, de una calidad, de una originalidad a distancia sideral de la ya entonces decadente escena de los cantautores españoles en los años 80, década que tuve la suerte de vivir con la edad adecuada.
Después fuimos creciendo, y descubriendo aristas escondidas y afrontando nuestros gustos juveniles (en música, en poesía, en literatura, en pensamiento) a la propia mirada, más adulta y más crítica.
Y es ahí donde la figura de Milanés crece, porque fuimos descubriendo su propio proceso (no dejen de ver el documental al que apunta el enlace anterior) que, de algún modo a tantas y a tantos acompaña: sus derrotas, sus decepciones, su voluntad de no callar incluso ante poderes con capacidad suficiente para «con el dedo, / ya tocando la boca, o ya la frente / silencio avisar o amenazar miedo» (me he permitido un pequeño cambio en esta cita de Quevedo). En Milanés encontramos una defensa de la persona, del ser humano, que se enfrenta a cualquier discurso que reduzca su dignidad, a cualquier poder, por muy revolucionario que se diga, que tiene por sostén la alienación y la pérdida de la libertad, ese concepto, según algunos tan abstracto, que se concreta en cosas muy sencillas, muy tangibles: libertad de ir, libertad de volver, libertad de expresar, libertad de cambiar, libertad de vivir de mi trabajo, libertad de elegir con quien quiero compartir mi vida… Ya sabemos que estas libertades están condicionadas por las circunstancias, por las limitaciones que la vida impone, pero una de esas circunstancias, de esos límites, no puede, no debe ser el capricho o las obsesiones de quienes ostentan el poder en m país, como estamos viendo en tantas partes.
Curiosamente, cuando yo pienso en Pablo Milanés, se me viene a la cabeza esta canción, basada en un poema de los «Versos Sencillos» de Martí, tal vez porque creo que fue la primera que le escuché, asombrado por ese timbre de voz extraordinario (Pablo Milanés, creo que se dice poco, era un cantante brutal, si no le han escuchado cantando boleros, están tardando). Milanés ha escrito después grandes canciones que pertenecen ya al cancionero universal, pero, qué quieren, esta fue la del descubrimiento, y aún me deja mudo.
Y acá, esto es un blog sobre poesía, el Verso Sencillo nº XVII de José Martí
Es rubia: el cabello suelto Da más luz al ojo moro: Voy, desde entonces, envuelto En un torbellino de oro. La abeja estival que zumba Más ágil por la flor nueva, No dice, como antes, "tumba"; "Eva" dice: todo es "Eva". Bajo, en lo oscuro, al temido Raudal de la catarata; ¡Y brilla el iris, tendido Sobre las hojas de plata! Miro, ceñudo, la agreste Pompa del monte irritado: ¡Y en el alma azul celeste Brota un jacinto rosado! Voy, por el bosque, a paseo A la laguna vecina; Y entre las ramas la veo, Y por el agua camina. La serpiente del jardín Silba, escupe, y se resbala Por su agujero: el clarín Me tiende, trinando, el ala. ¡Arpa soy, salterio soy Donde vibra el Universo; Vengo del sol, y al sol voy; Soy el amor: soy el verso!
Pablo Milanés no descansa en paz, porque sigue agitando nuestras entrañas.
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