Cuando uno enferma, se pone malo, de manera más o menos consciente (muy consciente, creo yo, sobre todo a partir de ciertas edades) te pones a monitorizar tu cuerpo con especial atención, a buscar señales que te terminen de asustar lo suficiente como para aumentar la apuesta médica, o que, por el contrario, te tranquilicen, te indiquen que, bueno, no es para tanto y en un par de días/semanas, como nuevo. En eso he andado yo estos últimos días, y en este proceso de auto-atención (perdonen la tautología) se me vino inevitable a la cabeza el famoso soneto de Don Domingo Rivero, «Yo, a mi cuerpo», con el que te vas sintiendo más identificado con el paso de los años, qué le vamos a hacer. Con él los dejo. Yo vuelvo a mis tareas de autovigilancia, aceptenmelo como una fase solpisista de la que saldré, sin duda, digo yo, eso espero, en fin, a ver ese termómetro, hagan el favor… 😉
DOMINGO RIVERO: YO, A MI CUERPO ¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo? ¿Por qué con humildad no he de quererte, si en ti fui niño y joven, y en ti arribo, viejo, a las tristes playas de la muerte? Tu pecho ha sollozado compasivo por mí, en los rudos golpes de mi suerte; ha jadeado con mi sed, y altivo con mi ambición latió cuando era fuerte. Y hoy te rindes al fin, pobre materia, extenuada de angustia y de miseria. ¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano! Sólo sé que en tus hombros hice mía mi cruz, mi parte en el dolor humano.
Daniel, espero que prescindas pronto del termómetro.
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Ahí andamos. Un abrazo fuerte.
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