Dice Ernesto Suárez en el poema homónimo: la habitación china es un experimento. Y así es; se trata de un conocido experimento propuesto por el el filósofo de la Universidad de Berkeley John Searle en 1980 en su escrito Minds, Brains, and Programs. En este enlace en HIPERTEXTUAL nos explican con detalle el planteamiento de la propuesta de Searle, y sus consecuencias a la hora de pensar en inteligencia artificial, que era la idea inicial, o simplemente sobre lo que llamamos inteligencia. Muy resumidamente, cabría decir que, si el experimento se planteó para distinguir lo que es pensar de la simple ejecución de instrucciones por muy complejas que estas puedan ser (diferenciando así el pensamiento humano de los procesos de, por ejemplo Deep Blue, la computadora que venció jugando al ajedrez a Kasparov), al final, de sus derivadas y críticas ha surgido la duda esencial sobre como funciona el propio pensamiento y eso que llamamos intuición en los seres humanos. Cabría de decir que nuestras muy humanas respuestas, tan personales e «individuales» pueden ser resultado de la aplicación de un conjunto de reglas y manuales muy complejos, alimentados de una milenaria memoria genética y por las experiencia propias y ajenas que nos constituyen. Una de las conclusiones de un experimento de inteligencia artificial aplicada mucho más reciente, la confrontación entre Alpha Go y Lee Sedol, es que es posible que mucho de lo que consideramos creativo, responda finalmente a convenciones profundamente integradas en nuestro sistema de pensamiento (¿en nuestro software?).
¿Qué puede tener que ver todo esto con los poemas que componen el libro La Habitación China, de Ernesto Suárez? Habría dos maneras básicas para tratar de averiguar esto: La primera, bien sencilla, sería preguntarle a Ernesto, de quien tengo la fortuna de ser muy amigo (las cartas sobre la mesa, en todo caso, algo que saben de viejo quienes siguen este blog) y no voy a negar que tengo curiosidad, además de poeta Ernesto es profesor de Psicología social en la Universidad de La Laguna. La segunda, mucho más divertida, aunque hablar con Ernesto es siempre muy divertido, especular. Para qué, si no, leer poesía, leerla en serio, sino para dejar que la palabra nos lleve más allá de sus propios límites, a territorios y propuestas no exploradas. Especulemos, pues, con alegría.
Si pensamos en La Habitación China como un complejo de estímulos y respuestas a esos estímulos en un lenguaje que, pese a nuestra aparente soltura, estamos lejos de dominar, y basadas en un acervo previo de experiencias propias, ajenas y comunitarias (los «manuales»), podríamos pensar que, de algún modo, así operan los poemas de La Habitación China: arrancando todos de la recepción de un estímulo exterior: un dibujo, un paisaje, una foto, un texto, un recuerdo, que se recoge, se registra, se expone con una claridad ajena a cualquier tipo de retórica, casi seca, dando lugar a una re-flexión, una mirada hacia adentro, marcada por el uso del condicional, del subjuntivo, como la conjugación que expresa el deseo intersubjetivo y las posibilidades dependientes, condicionadas: «siempre a condición de un invierno venidero».
De algún modo, el poema que abre el libro, «casa o bosque«, nos da las pistas, las indicaciones básicas para navegar la obra: «Todo sucede ahí, en la lejanía de un borde. Aunque no se vea.» / «Este es un relato sobre lo que sucede fuera del foco». En estos versos o frases (dada la estructura formal de los poemas) están recogidas, desde mi punto de vista, las claves de la mirada del poeta de La Habitación China: a) lo permanente cambiante, la tensión entre el deseo de continuidad y el entrópico, inevitable, paso del tiempo que se muestra en forma de casas («Permanece la casa. Aunque siempre es otra»), lápidas, fotografías de otros tiempos y lugares. b) Los límites de nuestra percepción: la atención a los detalles significantes, escondidos a veces en una mirada recogida, casi por casualidad, en el margen de una vieja estampa, o en apenas una nada de polvo que se convierte en memoria de la lluvia: «solo se aprecian las motas de polvo adheridas al cerco cuando relumbra el cristal, iluminadas por los reflejos del sol».
Al final «Deja huella la memoria igual que el olvido deja huella», huella sutil, cabría decir, sólo alcanzable a través del entrenamiento de la mirada. Esa es otra cosa que es La Habitación China: una mirada entrenada en encontrar señales escondidas, en enriquecer la percepción con los detalles que se pierden tantas veces en la simplificación, en el ansia por encontrar patrones que nos hagan sentir confortables. Los detalles (el diablo está en los detalles, suelen decir los abogados) pueden cuestionar el cuadro general, pueden hacernos mirar el conjunto de otra manera. La gran poesía canta, se construye desde lo concreto, para evitar la aniquiliadora, mortífera, peligrosísima simplificación. No canta la poesía para consolidar el / al patrón.
Toda La Habitación China es de una coherencia estilística y verbal radical. Un reto en el que sumergirse, los poemas se construyen con bloques verbales, que, lejos de constituirse en piezas, mazacotes, dejan siempre una sensación de construcción ligera y potencial, nada está cerrado, todo podría ser o haber sido de otra manera, toda lectura responde a la configuración de nuestra propia habitación china. Aún así, yo destacaría los tres poemas centrales del libro (centrales en su disposición): «memoria o lugar (III)», «leer poesía en una edición bilingüe», y «a journey to», en los que, junto a los ya mencionados «casa o bosque» y «la habitación china», creo ubicar las tripas de este fantástico libro de poemas, que nos vuelve a recordar que Ernesto Suárez es uno de los poetas más interesantes de la poesía actual en castellano.
La habitación china
(1) De niño pasaba horas dibujando mapas de todas las islas inexistentes. En realidad, lo importante era delinear simplemente aquellas costas con varios tonos de azul. Unas veces de claro a oscuro, unas veces al contrario.
Después descubrí que también otros dibujaban, trazaban mapas. No los conocía.
(2) En el último recuerdo que conservo de El Aaiún me veo jugando con una pelota en el patio del edificio.
Lanzo la pelota contra la pared una vez tras otra. Golpeo cada vez con más fuerza.
Rebote y patada, rebote y patada, rebote y patada, rebote y patada. El edificio está desierto. Las familias ya lo abandonaron para nunca volver.
Nunca.
Mi padre me preguntó si quería regresar y yo dije que sí. No sabía.
Regresábamos sin mis hermanos y Papá y Mamá se dedicaron a embalar lo último. Algo empezó ese día.
Patada y rebote con rabia.
Ahora recuerdo también el silencio tras las puertas. Las ventanas cerradas y nunca.
Ahora recuerdo también las letras sobre los barracones metálicos:
“A e r o p u e r t o d e E l A a i ú n”
Cada letra en un solo cuadro blanco. Brillaba todo bajo el sol.
Eso quise.
(3) También era muy niño cuando me rompí el rostro a la altura del ojo izquierdo. Imposible puntos de sutura de tan cerca el rasgón a la cuenca ocular.
Recuerdo que huía mirando hacia atrás, la calidez sobre el pómulo, el rojo en la manos.
Vi después, fueron días, cómo el perro de los vecinos olisqueaba la huella ocre, oscura y reseca, en el suelo.
(4) El ojo cambia inadvertido el gesto reflexivo y el verso de Raimondi quedará para siempre como sigue y sin posible vuelta atrás: “materia se disputa la poesía.
Delicadísima cuestión”.
Leí erróneamente y sin querer.
El verso es un error. (ya dije del golpe y la mirada)
El verso frunce equivocado, equivalente a una falla.
(5) El día de mi cumpleaños mi madre agonizaba. Durante horas esperé la noticia de su muerte. Ahora la verdad es que no sé cuántas.
Sucedía todo a tanta distancia que parecía no estar sucediendo.
Todo un día de invierno suave aquel cumpleaños.
No demasiado frío, sin lluvia.
(6) Una mañana en casa, no recuerdo quién anunció que un vecino del edificio de enfrente se acababa de tirar desde el piso séptimo. El cuerpo había quedado entre los jardines y el portal. Han pasado los años y desde aquí ahora ya no puede verse el suelo de losetas.
El jardín es mucho más frondoso.
Han crecido los flamboyanes, la palmera.
(7) La cosa es así, uno se muere y ya está. Esa es la vida.
Escuché estas dos frases hace un tiempo. Tampoco sé dónde.
Nadie quiere ser comparado con un día de invierno. Sin embargo, ¿es el comportamiento libre una característica verificable?
(8) El reloj del campanario de la casa cuna está parado a las cinco y media. Se ve desde la autopista.
Trato de recordar cómo se veía desde el patio de la casa de mis abuelos. La casa ocupaba una loma por encima. Desde allí tirábamos piedras a los pibes del orfelinato. Era fácil y sabíamos que ellos nunca nos alcanzarían desde donde estaban.
El ángulo de visión es diferente, claro.
En un espacio cerrado también se perfilan los confines del mundo.
La habitación china es un experimento.
(9) Unos días más tarde vuelve a sucederme, pero en esta ocasión dentro de un poema de Ana Gorría: “casi nunca la nieve va”.
La distorsión del verso da lugar al verso.
(10) Volver a la posibilidad del recuerdo. Volver a la imposibilidad del recuerdo. Ambos gestos ¿dan lugar?
El río era un río seco. Donde hubieran sido sus riberas apestaba a cloaca. Había un palmeral. Después dunas.
Por fin he dejado de contar el número de casas en las que he vivido.
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