Llevo unos cuantos días con la cabeza enterrada en Puerto Oscuro, libro del poeta norteamericano Mark Strand, editado recientemente por la imprescindible editorial Kriller71 Ediciones, con una estupenda traducción a cargo del poeta Adalber Salas Hernández. Hay una especie de corriente subterráneo o mar de fondo en los poemas de Puerto Oscuro, una sonoridad que te arrastra de principio a fin de cada poema, un tono que se hace adictivo y que sirve de plataforma, por así decirlo, a esa especie de distanciamiento desde la cercanía, una solidaridad tranquila y un poco irónica del poeta con el entorno que transitan sus poemas. Les dejo aquí uno de ellos, animándoles a que se acerquen al catálogo de Kriller71 Ediciones, con ojos golositos.
XVI
(traducción Adalber Salas Hernández)
Es cierto que, como alguien ya ha dicho, en un mundo sin cielo todo es despedida. Sin importar que agites la mano o no, es despedida, y si no hay lágrimas en tus ojos, aún es despedida, y si pretendes no darte cuenta, odiando lo que pasa, aún es despedida. Despedida, sin importar qué suceda. Y las palmeras, mientras se inclinan sobre la verde, brillante laguna, y los pelícanos zambulléndose, y los cuerpos aceitados de los bañistas que descansan, son estadios en una quietud máxima, y el movimiento de la arena y del viento y los gestos ocultos del cuerpo son parte de ella, una simplicidad que transforma el ser en ocasión para el duelo, o en ocasión para celebrar, pues ¿qué más hace uno, sintiendo el peso de las alas del pelícano, la densidad de las sombras de las palmeras, las células que oscurecen en las espaldas de los bañistas? Están más allá de las distorsiones del azar, más allá de las evasiones de la música. El final es actuado una y otra vez. Y lo sentimos en las tentaciones del sueño, en el madurar de la luna, en el vino mientras espera en la copa.
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