Esos “id”, “marchad”, “bailad”, esos imperativos peninsulares terminados en D siempre me resultan molestos, y cuando los encuentro en un poema me hieren el oído y la vista. No ordenar, no dirigir, no sermonear. En los poemas se trata de compartir una mirada, quien quiera instrucciones o consejos de “autoayuda” que vaya a otro negociado.
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