Pasado un poco el fervor hagiográfico, que tanto me ha recordado a la muerte de otro «caudillo» en mi infancia (las mismas muestras populares de dolor, el mismo tejemaneje institucional tratando de perpetuarse sobre el magro cadaver del viejito recién muerto del todo), a mí se han venido a la cabeza estos días una serie de nombres: Virgilio Piñera, Severo Sarduy, Reynaldo Arenas, Díaz Martínez, gente que vivió la maldita circunstancia del agua por todas partes que compartimos todos los isleños del planeta, incrementada por la maldita circunstancia del aislamiento interior, de que cada cual fue tratando de escapar como pudo. Aquí traigo el inicio del magno poema de Piñera «La isla en peso», a modo de recuerdo a todos los que, en diferentes lugares del mundo, no les queda otra que hacerse al silencio para mantener algo parecido a una vida.
La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,
me acostumbro al hedor del puerto,
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?1943
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