Coltán en Nayagua

En el recién publicado número 18 de la fantástica revista de poesía Nayagua (una revista de esas que uno creía que ya no se hacían) de la Fundación Centro de Poesía José Hierro, se recoge una reseña de Coltán, con la que me ha regalado mi amigo/socio/compa/hermano Ernesto Suárez, y los regalos hay que compartirlos…

… y aquí pueden disfrutar de la revista completa.

“Sé bienvenido al país de las llamadas perdidas”. Una aproximación a Coltán, de Daniel Bellón Serrano.

Ernesto Suárez

Una palabra imperiosa, ante todo por esa sequedad silábica y la acentuación aguda que la cierra, en combinación con la explosiva letra T: coltán, retumbo exacto, firme, inconmovible. Su significación: un mineral escaso y de uso necesario en la manufactura de toda la aparente complejidad de nuestro líquido mundo electrónico: los móviles. Mineral que, además y sólo por esa razón, es objeto esencial de la piratería y el genocidio en África central. Entonces, Coltán, un libro de poemas sobre lo invisible, sobre lo que no es porque no está aquí sino allá, en las laderas reales y simbólicas de un continente perentorio; invisibilidad que, sin embargo, determina toda nuestra capacidad de comunicación.
Poesía y comunicación, elementos de una conjunción clásica, insistentemente reivindicada para aquellas formas poéticas que se querían trasmisibles, abiertas, limpias, y a las que se canonizó como poesía social o comprometida o de izquierdas. Demasiados calificativos para lo poético. De ahí surge la paradoja que sirve de fundamento para la escritura de Daniel Bellón (Cádiz, 1963): la edad de la hiperconectividad y de la comunicación en red, la era donde toda información e imagen es, por accesible, aparentemente democratizadora, obtiene su condición y fundamento material de la invisibilidad -social y tecnológica- de la miseria y la esclavitud.
¿Qué poesía escribir con este material? ¿Quiero decir, qué material, qué palabra poética resulta del reconocimiento de tal hecho de ocultamiento? En Coltán se pone en cuestión tanto la combinación de compromiso político y palabra, como a aquel recurrente, aún hoy, modelo poético e intelectual. Bellón los corta en dos, los descerraja siguiendo la estela de poetas mayores -Gelman, Eduardo Milán- y en compañía de algunos coetáneos -Antonio Méndez Rubio, Enrique Falcón o David Franco Monthiel, entre otros-. Poner en cuestión. O lo que es lo mismo, traer expresamente hasta el poema la operación de vaciado de la huella, de ocultamiento cómplice de la materia esencial -ya el coltán, ya la propia palabra no dicha-. Buena parte de los poemas del libro ocupan una suerte de fluir vertical -estructurado principalmente a partir de un verso corto, roto y encabalgado-, que se desliza hacia un final que, sin embargo, es conscientemente boicoteado. El poema inacaba, se frustra intencionalmente. Esto es: “Sólo un vacío / digo a nadie”. Nadie, insiste el autor, que es: “Desnacido / en mi declarada desnación”.
Daniel Bellón opta por enunciar ese vacío en sus diferentes formas, reiterándolas, mientras las desperdiga también entre medio de los poemas. Con todo, el elemento más interesante de su propuesta conflictiva se halla en el solapamiento de esa formalización poética del silencio y la apropiación -sin duda, irónica- de las claves musicales tan queridas para el, añejo y políticamente correcto, compromiso poético. En la última sección del libro, (Más allá hay) monstruos, se recoge el siguiente poema:

“Los poetas son constructores de orden
(algún tipo de orden)
en el lenguaje

y con frecuencia anhelan un orden
(algún tipo de orden)
en el mundo

pero vivimos en los tiempos
(tal vez por suerte)
del derecho constitucional al caos”

El caos y lo monstruoso es un orden social que quiere invisibles a los explotados, se nos dice en el libro. Como, igualmente, que el poema apto para ese mismo orden se quiere formal y ordenado, limpio de todo “barullo” de la jerga y de la huella del habla. Sin embargo, los poemas de Coltán deben ser leídos y escuchados en voz alta porque en ellos anda emboscada y guerrillera la música popular y su espacio de jerga, comunal y vigorosamente antipoético: es el barrio, los boleros, la rumba y el hiphop: “Prefiero dejarme llevar por este ritmo gordo / Denso violento”. De hecho, desde esa jerga que incomoda, extrae Bellón, las dos secciones principales de su libro, 20 boleros zombis y Rimas del MC ausente.
La lectura de Coltán puede resultar perturbadora, indócil, si lo que se busca es un libro donde el poema no se cuestione a sí mismo, si se busca un poema que evite dudar al bienpensante. No, no es posible una lectura de seguridad con Coltán. Y, precisamente por ello, acaso sea un libro de poesía necesaria.

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