Cuando yo me acerqué de manera más consciente a la poesía era apenas un quinceañero. Y lo hice a través de lo que podríamos llamar «clásicos»: los poetas del 27, Quevedo, Machado, Juan Ramón… Entendía entonces que estos poetas me llegaban a través del proceso de decantación que el tiempo impone, y que aquellos poemas sobrevivían hasta llegar a mí simplemente porque eran lo mejor de lo mejor. Los autores que no podía dejar de leer, a los que había que tratar de acercarse : los poetas canónicos.
Desde mis carencias teóricas entiendo que la obra de un poeta pasa a formar parte del canon cuando es considerada imprescindible para entender la poesía de su tiempo y, a la vez, es capaz de trascender su momento histórico y de transmitir belleza más allá de sus referencias inmediatas. Historia y eternidad en un mismo paquete, por así decirlo. Pueden poner a ambas palabras las correspondientes comillas.
Es sabido que el concepto de canon es objeto de permanente debate y cuestionamiento, trufado de factores que alguien puede considerar poco literarios, pero, ah, humanos, y todo arte no habla de otra cosa, incluso cuando intenta no hacerlo, que de los seres humanos.
En lo que a mí respecta, con el tiempo he ido viendo que el canon, al menos en poesía, pero sospecho que es así en cualquier otra actividad creativa, no es fruto únicamente de esa decantación pura, goteando a través de la destiladera del tiempo. Todo autor/a en los más hondo y escondido (incluso a sí mismo) de sus tripas, aspira a escribir una obra que diga/cante su tiempo, y que lo haga con una belleza que trascienda los años. Pero esperar a que la historia dicte su veredicto es más de lo que muchas personas pueden esperar. Hay quien empieza a trabajarse un puesto en la dudosa inmortalidad de los libros de texto de la ESO desde los treinta años, a través de la escritura, como no, y de otras mañas también.
Porque otro uso habitual de la palabra canon hace referencia al momento concreto, a lo que podríamos llamar tendencia o «escuela» dominante en un momento histórico… es posible que ser parte de esa tendencia dominante en el presente sea necesario para la proyección futura. Y aquí, tratar de ser canon «en tiempo real», «contemporaneo», pasa a ser más un juego de poder, un juego de estrategia a fin de cuentas, que una cuestión de escritura poética.
Estas simplonas reflexiones me han venido a la cabeza con la lectura de “Nosotros escribimos en los futuros últimos tiempos de una literatura muerta. Poéticas actuales en Canarias, 1978-2008“, de Ernesto Suárez, recientemente publicado en la interesante revista online De la Mancha Literaria.
En este en ensayo, Suárez describe cómo un determinado grupo de autores, desde unos planteamientos estilísticos (alrededor de una escritura que se puede etiquetar -con el riesgo habitual que ello conlleva- como «esencialista», una intepretación particular de la historia de la poesía canaria, y con cierto apoyo institucional, han conseguido que una determinada manera de escribir poesía se identifique dentro y fuera de las fronteras insulares como «la poesía canaria» tal cual es y debe ser, siendo, incluso, capaces de tratar de convertirse en contracanon respecto al dominante en territorio peninsular, identificado generalmente bajo la etiqueta de «poesía de la experiencia». Suárez expone cómo, desde su punto de vista, esa «dominancia» de una determinada «escuela», ha afectado a la lectura de la poesía isleña pretérita, y, de algún modo, ha favorecido el empobrecimiento de las escrituras insulares actuales. No voy a reproducir aquí el ensayo de Ernesto. les invito fervientemente a que lo lean, sean canarios o no.
Porque creo que lo que comenta Ernesto Suárez respecto a la poesía canaria es fácilmente trasladable a otros contextos, otras tendencias, otros protagonistas. Y de aquí viene esta peregrina idea mía del canon como juego de estrategia.
Porque ser «canon contemporaneo» puede presentarse como un juego, con su tablero de terrenos a conquistar y misiones a cumplir, piezas, dados e, incluso, cartas coleccionables… ya sé que hay quien lo presenta como resultado de las luchas y contradicciones del sistema y de su superestructura intelectual y todo eso, pero a mí la idea del juego me hace más gracia.
Primero que nada necesitamos un tablero, con objetivos a conquistar, aquellos que podríamos identificar como «donde se puede sacar algo de esto de la poesía, demonios»: premios, ediciones, lecturas, ponencias, alguna columna de prensa… con el objetivo de controlar el centro del tablero, donde su ubica la «posteridad».
Pueden observarse ciertos requisitos para jugar ese juego con posibilidades de ganarlo, sin que influya demasiado si tu poesía es más o menos interesante. Una vez expulsado el público (en cierto modo inexistente) de la ecuación (Hasta las mayores tiradas de poesía son minúsculas comparadas con la de cualquier otro tipo de publicación, y el poeta menor de 60 años más conocido del país es, sin duda, en términos de conocimiento del público general, un perfecto desconocido), ¿Qué hace falta para constituirse en en referencia dominante o canon contemporaneo, si se prefiere?
Pues parece que, primero que nada, hace falta ser varios. Ser grupo. Todos los poetas con la boca chica o grande reniegan de los grupos, escuelas, colectivos, generaciones, etc…y proclaman su insobornable individualidad, pero, de algún modo más o menos explícito, cada uno/a apoyamos a nuestro equipo (llamémoslo grupo, o generación o tendencia o cualesquiera otro nombrete). Una vez que se cuenta con un grupo de afines por amistad o por tendencia, es necesario contar con un padrinazgo, no de la quinta inmediatamente anterior, que seguirán, es posible aunque molesto, más o menos sanos y con pocas ganas de dejar el puesto «macho alfa» a los advenedizos (Una de las características del juego del «canon contemporaneo» es que la meta no está vacía). Hay que irse un poquito más atrás… además, los abuelos siempre suelen ser más comprensivos que los padres y estos mucho más que los hermanos mayores.Para estos «padres» o «abuelos» rescatados esta puede ser la oportunidad de entrar en el canon, digamos, permanente, lo que no es mal incentivo para dejar que se te metan una banda de veiteañeros en casa a gorrearte el café y las galletas.
Tenemos ya grupo y mentor/es. Si este/estos últimos/s pueden aportar un par de cositas, estamos en el buen camino: acceso a medios con peso en el sector, y participación en antologías, premios,universidad, contactos… Desde esas tribunas el movimiento inmediato es desacreditar (traduzcase: machacar, ningunear, criticar despectivamente, etc ) a los contemporaneos que no comulguen con el discurso que se utiliza como bandera. Se puede pactar con la generación precedente, pero nunca con los coetaneos. Esto no es que sea una regla del juego, pero casi como si…
Una vez aquí hay que desalojar a los vigentes ocupantes. Este juego tiene mucho de aquel del Gran Visir Iznogud: se trata de ser califa en lugar del califa. Un poco de polémica no viene mal, pero lo normal es que la cosa acabe en un pacto de caballeros (hay pocas señoras en este juego, tradicionalmente, y ese sería otro buen tema). Los diferentes territorios pueden dividirse, e incluso compartirse, como, por ejemplo, los puestos de jurado en los concursos literarios que son interesantes para la captación de peones, también llamados en el juego, epígonos: autores más jóvenes que consideran que la línea que marcas es la buena para «pillar algo»,o simplemente porque la consideran la correcta o, incluso, la única, y a ella se ajustan sin entrar en debates cansinos.
Y ahí está al alcance de la mano que se te mencione en los manuales de Lengua y Literatura española, aunque sea en esa parte del final que no se llega a dar nunca en el curso.
Todo esto tendrá poco que ver con la escritura, con la poesía, ma van a decir ustedes, y yo les digo que, efectivamente, así es… pero es que resulta que las y los poetas también cuentan (contamos, oiga) con órganos sexuales y también aprecian (apreciamos, oye) que se les reconozca, se les invite a merendar e incluso que se les pague por su participación en bolos variados. Decepcionante, quizás, pero cierto… Lo parodiado anteriormente, por otra parte, cabe predicarse de casi cualquier actividad humana. Siempre me ha hecho gracia esa idea de que una persona, por el hecho de escribir poesía vaya a ser, inevitablemente «buena persona» o que viva más allá del las ambiciones del común de los mortales. La poesía es un negocio radicalmente humano.
Pero el problema, y todo este trazado era para llegar aquí y ponernos serios, es que todo esto afecta a la escritura, afecta a los poemas que se escriben y, por tanto, a la poesía… porque en el ansia por tener un hueco, alguna ficha que jugar en ese juego, muchos autores, epigonalmente optan por reproducir los estilos dominantes, reduciendo su escritura a una labor formularia, con base en formas y palabras que pasan a ser estándares, lugares comunes asumidos por la correspondiente tribu poética.
Porque lo de la escritura formularia no es una tara de una determinada tendencia poética. Percibo últimamente que se da en todas: en las escrituras «esencialistas» llenas de luces inefables, en la mormosa poesía chatorealistaclasemediera, en la poesía que algunos llaman «social» o crítica» (en la que se me suele ubicar, por si alguien pregunta) con sus llamados a la resistencia y también en las más underground estilo «Nos vemos en los bares». Diferentes sabores para diferentes clientes, y si a alguien le parece degradante la comparación con un refresco, qué le vamos a hacer… pero noto que se escriben poemas en todas estas tendencias dirigidos ab initio a satisfacer el gusto preconcebido del lector/escuchador (en línea con una tendencia social más generalizada conforme a la que parece que sólo leemos aquello que sabemos de antemano que va a coincidir o va a reforzar nuestras convicciones), con las palabras adecuadas para que el cliente se sienta reconocido y satisfecho y asienta con media sonrisa de complicidad, sin ver cuestionada su mirada sobre sí mismo y la realidad … al final, con diferentes colores, escritura formularia. Y eso a mí, humildemente, me parece un problema.Igual resulta que no lo es.
Aprovechando la hila de comentarios que tuvo el ensayo de Ernesto Suárez, pensaba hablar también sobre un tema que me tiene pensando desde hace un tiempo: el de los comentarios en los blogs. Pero eso va a ser otro día…Esta entrada ya es bastante larga para acabar de volver de vacaciones.
← Volver a Poesía para TodosTodas las páginas de Poesía para Todos.¿Es posible comprender la poesía española contemporánea?
.
¿Es posible comprender la poesía española contemporánea?
(Finales del siglo XX e inicios del XXI)
Pablo Lorente Muñoz
1. Introducción
En los albores del siglo XX, el campo de la literatura y de las artes en general estuvo salpicado de numerosos “ismos”: surrealismo, futurismo, dadaísmo, cubismo, y así un largo etcétera. El final de dicho siglo y el inicio de este en el que vivimos se ve marcado también por otro “ismo”, el posmodernismo, cuya magnitud e influencia no alcanzamos a ver del todo claro, pero cuya influencia se viene estudiando cada día con mayor convencimiento. Si la influencia de las grandes tragedias del siglo XX influyeron en el terreno de las artes, otros acontecimientos y modos de vida lo harán en el periodo que nos ocupa, que parece ser el después de algo: posmodernismo, “afterpop”, “afterpunk” y así un largo etcétera.
De entre todas las manifestaciones literarias, la poesía, junto con el teatro, parecen vivir un mayor período de conflicto. Las artes escénicas se debaten entre la tradición y la modernidad, sobre todo porque su vitalidad se ha puesto en tela de juicio, ya que el teatro debe competir con todo un modelo de vida en nuestra sociedad contemporánea, marcado por la omnipresencia de la imagen y de las nuevas formas de vida y de ocio que ella representa.
La poesía mantiene también un conflicto similar, que no es sino una reproducción aumentada de la “querella de antiguos y modernos”. La poesía, género primordial propio de la alta cultura, preferido y protegido durante siglos, pervive dentro del moderno formato del libro, pero poco o nada permanece en nosotros de su carácter oral primigenio. Incluso dentro de su morada de papel se enfrenta con su pasado, defiende su futuro y se pierde en su presente, generando a cada paso un nuevo conflicto.
El pasado de la poesía es el canon, y el canon manifiesta síntomas de una profunda decadencia: la gran mayoría de los poetas lo han obviado o desestimado como modelo de creación, y esto, que no sería sino un triunfo del paso del tiempo y del proyecto de la modernidad, genera confusión, sobre todo en el lector.
Me gustaMe gusta